lunes, 24 de septiembre de 2012

EL TRIPI, LA RUSA Y EL PIE DE LA RUSA

A Clío.


La historia que me dispongo a contar trata sobre una de las situaciones más morbosas que me han sucedido...

Supongo que he normalizado tanto el sexo en mi vida que a veces olvido que, en el placer humano, el cerebro es, posiblemente, más importante que cualquier otro órgano interviniente.  Las fantasías, el erotismo, lo que no se ve pero se intuye, ser consciente de lo que se está haciendo o imaginar lo que va a suceder son estimulantes más potentes que el mejor fármaco; así mismo, el estrés, la hipócrita moral religiosa, la baja autoestima y cualquier otro problema o preocupación pueden provocarnos todo tipo de disfunciones y sumirnos en la más horrible impotencia sexual.  Por eso, como para mí es normal -y preferible- el sexo con dos hombres que con uno, considero un revolcón la forma lógica de terminar una noche de fiesta, no necesito saber el nombre de un tío que me calienta para acostarme con él y nunca dejo de chupar una polla que a continuación pienso meterme, en ocasiones se me pasa disfrutar de cosas tan sencillas como un intercambio de miradas en el súper (sin tener que ir a pedirle el teléfono) o un buen beso (sin la necesidad de acabar con la boca llena de leche) -pero qué desperdicio, jajaja-.

En aquella época vivía yo en La Barceloneta, antiguo barrio pesquero de Barcelona que guardo en mi memoria con mucho cariño.  Tiempo atrás había entablado amistad con L., un bombonazo argentino que resultó ser yo, pero sin tetas y con polla.  Desde el día que nos conocimos follábamos como locos, aquí y allá, bebíamos hasta perder el sentido, deambulábamos los fines de semana por la ciudad -causando problemas alguna que otra vez-...  Nos contábamos nuestras aventuras, nuestros garches (así se refería a nuestros ligues sexuales), extrañábamos juntos a nuestras familias y amigos (él también estaba solo)...  Ninguno de los dos dábamos importancia a cosas superficiales como la estética o las pertenencias y, si la fiesta se prolongaba o se trasladaba a cien kilómetros, no sufríamos por tirarnos dos días sin ducharnos o sin cambiarnos la ropa.  En definitiva, éramos como hermanos, pero al estilo Calígula.

Muchas mañanas de domingo me despertaba con un mensaje de texto (nunca tocaba al portero por si yo estaba acompañada), casi siempre pidiéndome asilo para descansar después de haber huído sigilosamente de la casa de alguna chica con la que hubiera pasado la noche.  Otras, me proponía un plan que solía incluir algún tipo de autoagresión física (alcohol, drogas, sexo, mar y sol, excursión... cualquiera de estas opciones, pero en exceso).  Pues eso, que sonó el móvil sobre las once y esto fue lo que leí: "Rubia, tengo una pepa, ¿vamos a flashear por ahí?  Estoy en la playa".  Pepa quiere decir tripi; flashear, flipar y la Rubia soy yo.  Me bautizó así la noche que nos conocimos, alegando que no se podía acordar del nombre de todas las tías con las que se acostaba. 
-Te entiendo, yo ni me acuerdo de la cara de un montón de pibes que me trinché, jajaja- respondí alegre porque, al fin, había dado con alguien que, no sólo no me juzbaba y me comprendía, sino que le pasaba lo mismo que a mí.  Y, desde entonces, "la Rubia" me quedé para L. y para muchísima otra gente que conocí después, si es que él era quien nos presentaba.

"Ok.  Tengo que vestirme.  Sube si quieres mear o comer algo".  Así lo hizo.  Se lavó los dientes utilizando el dedo a modo de cepillo, picamos pan con queso para preparar el estómago y abrimos dos cervezas.  Extrajo de la cartera un papel de fumar doblado, lo abrió y cogió un cartoncito muy pequeño.
-Sólo tengo media, pero con un cuarto para cada uno estará bien.  Lo dividió en dos, se metió en la boca el trozo que había resultado más grande (al fin y al cabo, él era mucho más alto y pesado que yo) y me dio mi parte.  Yo también me lo metí en la boca, lo humedecí y luego me lo coloqué dentro del párpado inferior del ojo derecho.  L. me explicó una vez que esa era la forma más yonki de consumir el tripi, pero a mí me resulta considerablemente más cómodo.  Si me lo dejo en la boca, al estilo tradicinal, entre la mejilla y la encía, corro el riesgo de tragármelo al beber cerveza.  Lo bueno de ponérmelo en el ojo es que puedo alargar el proceso de absorción; lo malo, que con la borrachera (lo que el pan -y su ingrediente básico, el trigo- es a la dieta meditérránea, lo es la cerveza -y su ingrediente básico, la cebada- a la mía: la tomo con todo) y el efecto del propio ácido, muchas veces me quedo dormida sin quitármelo y, al otro día, tengo el globo ocular rrrrrrrrrrressssssseco y con unos derrames que asusta.

-¿A dónde podemos ir?  A algún sitio loco...
-No sé...  ¿Al Parque Güel?- propuse mientras nos dirigíamos a la parada de metro.
-Uh, buenísimo.  Espero que no haya muchos turistas, como es domingo...

Cogimos la línea cuatro (la amarilla) y fuimos hasta la parada Paseo de Gracia; ahí, cambiamos a la línea tres (la verde) y seguimos hasta Vallcarca.  El día era ideal para flipar al aire libre: estaba despejado, la atmósfera limpia y la temperatura era suave.  En el parque se mezclaban los aromas, los colores, el canto de los pájaros, la brisa silbando entre los árboles...  Bueno, a lo mejor es sólo que el tripi estaba buenísimo, jajaja.  Íbamos mirando todo como dos niños chicos, quedándonos embobados con cada detalle, agachándonos para observar a las hormigas transportando alimento (aunque daban un poco de miedo con esa organización tan infalible), fijándonos en lo bien hechas que estaban las flores y sorprendidos por lo rara que era toda la gente que paseaba por allí -sí, definitivamente, el tripi estaba haciendo efecto, porque no podía ser coincidencia que todas las personas con cara Leslie Nielsen se hubieran puesto de acuerdo para ir ese día al Parque Güell, jajaja-.  Pasamos delante de una señora china que tocaba un instrumento de cuerda que no conocíamos.  Nos paramos para permitir que la música nos invadiera.  Cerré los ojos y lo demás vino solo: sentía los acordes rebotando en mi piel, penetrando mis oídos, colocándose en mi torrente sanguíneo para recorrer todo mi cuerpo.  Las melodías se hinchaban en colores en mi cerebro, colores que crecían y se encogían, que parpadeaban y danzaban.  El corazón había abandonado su ritmo natural para dejarse marcar por los nuevos sonidos.  Volví a abrir los ojos y vi cómo los dedos de la señora china se alargaban hasta llegar a mí, se pegaban en las partes descubiertas de mis brazos y mis muslos como electrodos y, al  empezar a mover las manos como una directora de orquesta, mi carne interpretó la pieza más hermosa que jamás había escuchado, o pensado, o sentido...

-Rubi...  ¡Che, Rubita!  ¿Estás flasheando?  Mirá que a la nachi no le cabe que la mirés así...- dijo L. dándome codazos.
-Joder, ¡capullo!  Era tan guay...  Y todo huele tan bien...  Seguro que la tierra sabe a vida-.  Sí, la verdad que ese tripi estaba muuuuuuuuuuuuy rico y yo estaba colgadísima, jajajaja.  L., al escuchar mis palabras, vio su oportunidad.  Bromista innato -o nato, que es lo mismo; curiosidades de la lengua-, había encontrado en mí un blanco perfecto (y no sólo para enlecharme).  Vivir y manejarme siempre sola me enseñó a desconfiar de cualquiera.  Sin embargo, una vez que entablo cierta amistad con alguien (o si existe relación de parentesco), mi cerebro rechaza automáticamente la opción de que se burlen o quieran aprovecharse de mí.  Y al observar que la flipada que llevaba multiplicaba mi credulidad por mil, no desaprovechó la coyuntura.
-Sabés que estas paredes de colores son de golosina, ¿no?-, no sé cómo el hijo de perra consigue hacerme siempre cosas así, sin reírse.  Desconfié, pero demasiado poco.  Bebí un trago de la birra, que ya estaba caliente, y pregunté:
-¿En serio?
-Sí, sí.  Dale, probalo.  Está buenísimo.
Yo sólo veía a Leslie Nielsen en el cuerpo de L. invitándome a probar de una inmensa golosina, ¡¡¡TODO UN PARQUE HECHO DE GOLOSINA!!!  Y, a pesar de que no soy muy dulcera, la tentación era superior a mis fuerzas.
-¿Seguro?  No te burlas de mí, ¿no?
-Dale, Rubita, ¿cuando me burlé yo de vos?  Probá, está bueníiiiiiiisima.

¡¡¡¡SIIIIIIIIIIIIIII, LO PROBEEEEEEEEEEEEE!!!!  ¡¡¡¡LAMI UNA PUTA PARED JEDIONDA DE AZULEJOS DEL PARQUE GÜELL!!!!  Y no, no me supo a golosina.  Cuán caprichosas son las drogas a la hora de administrar sus efectos: puedes estar rodeada por cientos de Leslies Nielsens, descubrir el plan secreto de las hormigas para conquistar el mundo y conseguir que una china saque música de ti como si fueras el instrumento más sofisticado, pero luego chupas una pared y no te sabe a nada especial.  Y L. no podía parar de reírse, reía, reía, se doblaba y seguía riéndose.  A mí me daba igual, la verdad, no entendía mucho, pero tenía la impresión de que algunas personas nos miraban.
-¡JAJAJAJAJAJA! ¡AY, RUBIA, QUÉ MONGA SOS!  Vámonos y te invito a otra birra, jajajaja.
-Que te den.  Una que esté fría.

A mí lo de chupar la pared me había abierto el apetito, así que pillamos unas latas y unos bocadillos que nos costaron un ojo de la cara (el del cuarto de tripi no, por ese nos tendrían que haber dado unos helados también).  Haber esperado a salir del parque para comprarlos no había servido de nada, todas las calles cercanas también aprovechan el tirón  y ponen precios para turistas, aunque el negocio sea una ventita de mierda con folios pegados en las ventanas anunciando sus productos ortográficamente incorrectos.  Subimos al metro y decidimos que, puestos a flipar, podíamos visitar también la Sagrada Familia.  Fuimos hasta Diagonal en la línea tres y ahí cambiamos a la línea cinco (la azul).  Dos paradas más y bajamos, pero no duramos mucho en la calle, hacía demasiado calor, estaba todo lleno de gente y era imposible conseguir un murito a la sombra para sentarse.

-Uf, ¿por qué no vamos al barrio y bajamos a la playa o algo?  Me estoy guisando.
-Sí, mejor, que ya estoy empezando a chivar- respondió L. oliéndose el sobaco.
Volvimos a la parada de metro y, al entrar, nos dimos cuenta de que estaba extrañamente vacía, para ser domingo y para ser esa hora.  Nos sentamos a esperar, miré el cartel que indica el tiempo que tarda en entrar el próximo metro y refunfuñé:
-¡Joder!  Faltan siete minutos.  Bueno, por lo menos se está fresquito.

Y entonces, pasó algo que, después de los años, sigo recordando como si hubiera sido ayer.  Aparecieron en el andén tres señoras rusas (sé que lo eran por la pequeña guía que consultaban).  De cuarenta y cinco para arriba, altas, elegantísimas, hermosas y sofocadas por el calor.  Se sentaron a unos metros de nosotros y una empezó a quejarse de que le dolían los pies (yo no entiendo ruso, pero ponía cara de dolor mientras se los tocaba, y si estaban recorriendo los sitios emblemáticos, no hay que ser muy listo para atar cabos).  No podía dejar de mirarla, era guapísima, con la piel blanca propia de su región y el rosado subido por las altas temperaturas.  Llevaba el pelo corto, teñido de rojo pero muy natural.  Ojos verdes...  Guapísima.  Vestía un traje de chaqueta blanco con finas rayas negras atravesándolo verticalmente.  Las gotas de sudor le brotaban de la cara, el cuello, el pecho...  Nosotros y ellas intercambiamos miradas y saludos de cortesía.
-Mirá las veteranas, qué lindas- dijo L. por lo bajini, mientras les sonreía.  Ellas nos hicieron gestos para indicarnos que estaban cansadísimas y aturdidas por el calor.  Dios, qué mujeres.  Y, de repente, la pelirroja lo hizo: cruzó la pierna izquierda sobre la derecha, remangó la pernera, tiró de la cremallera que recorría la altísima caña de su bota negra y, con sumo cuidado, la sujetó por la punta con la mano izquierda y por el imposible tacón con la derecha para liberar, al fin, su mortificado pie, envuelto en una media, negra también, que se me antojó la prenda con más suerte del mundo.

¡¡¡DIOSSSSSSSSSSSSSS!!!  Sentí que me moría.  El aroma de su pie vino arrastrado por la corriente del túnel, tentó a mi nariz, rodeó mi cuello, acarició mis pechos y se deslizó hasta mis muslos, sorteando la minifalda vaquera, las bragas, y consiguiendo que me mojara en cuestión de segundos.  Me levanté.
-¿Qué hacés?
-Voy a darle un masaje.
-¿Qué?

Le indiqué mediante gestos que si me permitía masajearla.  Ellas flipaban, pero la pelirroja no se negó.  Clavé la rodilla izquierda en el suelo y dejé la otra pierna flexionada para poder acomodar ahí su pie.  Lo agarré suavemente.  Estaba caliente, muy caliente.  El contacto de la media negra con las yemas de mis dedos fue pura electricidad.  Los cinco estábamos callados, expectantes, el ambiente era tenso, pero no una tensión incómoda.  Mi minifalda se recogía hacia arriba y sé que se me veían las bragas, sé que ella las miraba, y también que me miraba a por encima del escote las tetas, apretadas por la postura de los brazos.  A través de las mínimas perforaciones de la tela de las medias se escapaba la esencia de su pie, un olor dulce y húmedo, olor a sexo.  Era fascinante.  Yo estaba hipnotizada, masajeándola, sin apartar la vista de sus perfectos dedos con las uñas pintadas de rojo.  Se relajó, acomodó la espalda en la pared, alzó la cabeza, cerró los ojos y empezó a emitir tímidos gemidos de placer.  BRRRRRRRRRRRRR, ME PUSE BERRACAAAAA.  Me daba igual que me estuvieran observando, acerqué un poco más mi cara, quería sentirlo cerca, quería saborear ese olor que me estaba enloqueciendo, quería lamerle el pie desde el talón hasta los dedos, metérmelo en la boca, mordisquearlo, pasármelo por la cara...  Quería desnudarla ahí mismo y descubrir su cuerpo de mujer madura, tibio, relajado, hermoso, experimentado...  Quería comérmela entera, chuparla, sorberla...

¡¡¡¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!  "Mierda, el metro".  El puto metro me arrancó literalmente del paraíso.  Todos nos sobresaltamos, parecía que hubieran pasado horas.  Y ella parecía que había sentido todo lo que yo deseé, lucía satisfecha.  Se colocó la bota como avergonzada, como si supiera lo que había pasado entre ambas en mi cabeza, como si todos lo supieran.  Sé que entré, me senté y, cuando quise darme cuenta, se estaban bajando en la siguiente parada.  

No dejé de olerme las manos en todo el día, esperando en vano que volviera.  La verdad, sigo esperándola...














martes, 18 de septiembre de 2012

NO HAY DOS SIN TRES (III)

Lee aquí la primera parte.
Lee aquí la segunda parte.

Salí, intenté orientarme como buenamente pude, giré a la derecha.  Recordé que tenía que pasar por todos los bares y bajar las escaleras hasta la playa.  Cuando estaba aproximándome, un pibe que estaba sentado en la terraza de uno de los locales me dijo algo.  Yo ya ni veía, pero identifiqué su acento como colombiano también.  Y como yo tengo el oído conectado al chichi, pues le pedí el teléfono.  No me juzguen, ¿qué podía hacer yo?  Ya dije que tenía mucho sexo atrasado y una nunca sabe dónde puede encontrar un amante de esos que merecen la pena.
Bajé las escaleras y allí estaban, sentados en el banco de antes, fumándose el chocolate que les quedaba.  Vacilamos un rato.
-Por cierto, qué buenas tetas tienes- dijo el colombiano, sin apartar la mirada de mi escote.
-Y son naturales- respondí muy orgullosa mientras tiraba hacia abajo de la camiseta y se las enseñaba.  Los dos asintieron y un guiri que justo pasaba por ahí se quedó aturdido.
-¿Qué te parecen?- le dijo J.
-No vi- respondió desde lejos, con acento alemán y casi huyendo.  Volví a sacarlas.  Se rió como un tonto, levantó los pulgares y añadió:
-¡De puta madre!

JAJAJAJAJAJAJAJAJ.  Nos matamos de la risa y, de nuevo no sé cómo, estábamos parados detrás de los baños; en realidad delante, porque nos encontrábamos al lado de la puerta, pero detrás en relación a los bares.  En definitiva, ocultos...  Me tenían aprisionada contra la caseta.  Uno preguntó que si había estado con dos chicos a la vez.  Yo no respondí porque, evidentemente, no era una pregunta, sino una declaración de intenciones.  Qué tiernos, como si yo no me esperara nada, jijiji.  Empezaron a besarme el cuello y yo, al fin, sentí la satisfacción del trabajo bien hecho, jajajaja.  Siempre que hablo con otras mujeres sobre el tema de tener sexo con dos (o más) hombres, suelen poner reparos.  Aunque algunas se amparan en la falsa moralidad de que estar con uno es normal y con dos es de putas (qué va, si yo lo hago gratis; si cobrara, perdería todo el sentido), yo creo que es por miedo, vergüenza, no sé...  Tal vez les preocupe no saber cómo afrontar la situación.  Qué puedo decir al respecto: para mí, tener a dos postadolescentes dispuestos a darme placer (o a dárselo a ellos mismos valiéndose de mi cuerpo) es un chute doble: calentura y autoestima.  Nada me hace más feliz.  Por no hablar de que puedes estar recibiendo rabo durante mucho más tiempo: si uno se cansa o termina, pues reposa mientras el otro bombea, y así sucesivamente.  La verdad es que no consigo encontrarle el lado malo por más que lo busco, jajajajaja.  En cualquier caso y por sororidad, recomiendo la experiencia a todas las féminas.

Giré la cabeza a la derecha y besé al cubano, mientras el colombiano me sacaba un pecho y lo succionaba con esa boca que me volvía loca.  Yo lo sabíiiiiia, esos labios estaban hechos para guarrear.  Cambié.  Ahora besaba al colombiano mientras J. me sobaba las tetas; luego me metió los dedos en la boca para que se los chupara y me los puso en la concha.  Me dio la sensación de que era un poco brusco, pero la verdad es que no me enteraba mucho.  Sin abrir los ojos, bajé mis manos a los dos paquetes.  Sí señor, ahí abajo había calidad.  A ojo de buen cubero (o a mano de buena pajera) iba a disfrutar de un buen par de plátanos macho, jijiji.  El cubano se desabrochó el pantalón y yo me lancé.  Calzoncillos de marca.  "Bah, me la suda, a mí me interesa la polla".  Al apartarlos encontré el regalo de Navidad por el que había rogado, una verga tan dura que con la punta tocaba casi el ombligo.  Alcé mis ojos, como implorando, saqué mi lengua y lamí, sin detenerme, de abajo hacia arriba, desde los huevos hasta la punta, despaciiiiiito, rodeé la cabeza, cerré la boca y me metí la polla  lentamente, haciendo el vacío, creando el efecto de penetrar un agujerito muy estrecho (son muchos años ensayando técnicas).  Mientras se la chupaba con toda mi dedicación, notaba cómo el colombiano me bajaba los pantalones lo suficiente como para tener todo el culo al aire, deslizaba la tanguita a un lado y me metía con mucho cariño un dedito en el orto.  Aaay, estos colombianos, viciosos del culo donde los haya.  Colombia y Argentina, creo que son las dos únicas nacionalidades que han entrado en mi cuarto oscuro, jajajaj.  Pero es que ellos saben ganárselo, las cosas, como son.  Mi culo es como Excalibur, todos tienen una oportunidad, pero deben aprovecharla porque, si no se muestran hábiles, no habrá una segunda.  Me lo metía despacito, con cariño, a penas la puntita para que mi culo se calentara y le pidiera más, tragándoselo como si tuviera vida propia.  ¡¡LA VIRGEN!!  ¿Cómo podía haber vivido tanto tiempo sin esto?  Joder, yo ya tenía contracciones de gusto por todos lados.  Me sentía como niña con zapatos nuevos, jijiji.

-¿Tienes un condón?- preguntó el cubano.  Cogí la riñonera del suelo, saqué unos cuantos y se los repartí con el mensaje oculto de "no me voy a conformar con menos".  Luego agarré otro sobrecito de lubricante e hice lo propio.  ¡¡MALDITO ALCOHOL!!  Cómo me gusta y qué forma horrible de deshidratar mi cuerpito.  Aprendí a llevar siempre lubricante encima después de una fiesta que me pegué hace años con cuatro cubanos, que entre las botellas de lambrusco que nos bajamos y la follada que me metieron, estuve dos días aplicándome  cubitos de hielo para bajar la hinchazón conchal (aunque no me arrepiento, jijiji). Volví a cambiar.  El cubano me agarró de las caderas y me la puso de una vez, hasta el fondo, sin pena, provocándome un escalofrío desde la zona de contacto hasta el cuello.  "MMMMH, QUÉ RICOOOO, podría vivir con una verga dentro".  El colombiano me ofreció la suya, me la tragué sin dudarlo y fue entonces, y sólo entonces, cuando comprendí que la vida empezaba de nuevo para mí.  Estar en esta posición, con algo por la boca y algo por el coño/culo, me hace sentir en armonía con la naturaleza, jajajajaja, suena a chiste, pero es muy real.  Es como ser un "conductor de gusto", a la vez lo recibes y lo das a dos personas diferentes y en ambas direcciones.  Significa ser el epicentro del placer.  Cuanto más te follan, mejor tú chupas, más se mueve el chupado, más te calientas y se te contrae la vagina, más calientas al que te está follando, más fuerte te da...  Aunque no tiene que ser necesariamente con dos hombres.  Un círculo vicioso con un par de amigas, chupándonos entre todas...  ¡¡ESO SÍ ES UNA FIESTA, Y NO LAS DE PIJAMAS!!  Bombeaba de puta madre, me daba duro, como a mí me gusta.  Ahí había mucha resistencia y mucho ejercicio aeróbico, jijiji, mis observaciones de antropóloga sexual no habían sido erróneas.  Me dió y me dió y me siguió dando.

-Me voy a correr, mami.  Ya te dije que yo la primera me corro rápido y luego puedo seguir sin parar.-  Al escuchar estas palabras, el colombiano supo que era su turno y se fue engomando.
-Mmmm... ¿Dónde quieres darme la lechita?
-En la boca- respondió, sacándomela del coño.  Me giré, ladeé la cabeza, lo miré desafiante y me la echó todita donde había elegido.  "Joder, pues si esto es correrse rápido, algunos que yo me sé son Flash, jjjjj".  Se la guardó y se fue a mear, abajo, a las hamacas.  "Colominternet" me colocó contra el baño, me bajó un poco más las calzas y me la metió, jadeándome al oído.  Brrrr, cómo me pone eso.  Era otro estilo, suave, alargando cada metida, prolongándola, mmmm...  Me metió el dedo corazón en la boca y luego lo puso donde tanto le gustaba.  Tener el coño lleno con una polla bien grande sólo puede mejorarse con un dedo en el culo...  Uf... Te sientes, no sé, repleta de gusto, cosas locas te pasan por dentro, adquieres conciencia de partes de tu cuerpo que ni imaginabas, rico...  

Regresó el cubano y así nos pasamos un rato más, haciendo lo que podíamos a pesar de la borrachera que llevábamos y siendo observados, fijo, por algunos turistas que pasaban por allí.  Me di cuenta de que el colombiano funcionaba mejor a solas y creo que ni llegó a correrse, aunque agotamos todos los condones entre idas y venidas.  


Continuará...  (Aunque parezca imposible, jijiji.)




domingo, 16 de septiembre de 2012

NO HAY DOS SIN TRES (II)

Lee aquí la primera parte.


Y así es como volvemos a la llamada perdida de "Colominternet", en la tarde de un jueves cualquiera, hace unas cuantas semanas.  La ví y me vinieron un millón de cosas 
a la cabeza.  "¿Qué querrá?, ¿estará por aquí?  Tengo que dejar este estado depresivo y volver al mundo real de una puta vez".  No dudé y lo llamé.  
-Hola- respondió, -¿te acuerdas de mí?
-Claro que sí.  ¿Cómo estás, bombón?  ¿Qué te cuentas?
-Nada, aquí, aburrido en la playa.  Ahora estoy viviendo en ***, ¿sabes?  Muy cerca de los bares que te dije aquella vez.  Y eso, que esta noche voy a salir, por si te apetecía venir.
Dudé, no sabía qué decir y no quería precipitarme.  Pero sí, quería salir, emborracharme y follármelo sin piedad.
-Ah, guay.  Bueno, hacemos una cosa, en un rato te llamo y te digo, ¿vale?
-Ok.

"Joder, joder, hoy follo, sí o sí.  Son muchos meses ya, esto no puede ser.  ¡¡Mierdaaa!!  Tengo la regla y no me acordaba.  Bah, eso nada, ya estoy en el último día, hago la clásica de dejarme el tampón hasta el final y luego, cuando vayamos al grano, viajecito al baño, toallita húmeda doblada pa'dentro -truquito de profesionales- y a joder como locos".  Mi cerebro daba vueltas y yo también.  Iba revolucionada por la casa, buscando la ropa menos vieja que tuviera, cuchillas para podarme enterita y un tanga que estuviera decente.  
-¡¡PUTA CRISIS!!  No tengo ni para comprarme unas bragas, coño.  Qué asssco.
Al rato lo volví a llamar y quedamos en encontrarnos a las nueve de la noche en la estación de guaguas de ***.  

Estaba nerviosa, había perdido toda la práctica y era horrible.  Parecía una joven de veinte en un cuerpo de treinta.  O, peor, una "vieja" de treinta acutando como una niña de veinte.  Patético.  No quería imaginarme nada para no gafarlo, pero no podía evitar verme subida encima suyo, en su cama, cabalgando como si no hubiera mañana.  Me puse de punta en blanco, limpia, sin pelos, camisa negra de asillas súper escotada que me hace unas tetas que te mueres, pantalón elástico negro largo, cholas negras (y viejas, cinco años ya; pero era eso o crocos naranjas o rosas, y como que no.  Además, con estas tetas, ¿quién se va a fijar en las cholas?), la riñonera que no falte (ese horrible complemento al que me aficioné por necesidad hace mucho: así evito perder mis cosas cuando me emborracho y, por añadidura, nadie roba nunca una riñonera mugrienta), un puñado de preservativos, un par de sobrecitos de lubricante (que yo ya sé lo que pasa cuando bebo mucho), un poco de máscara de pestañas (muerte al maquillaje: es incómodo, antinatural y un rollo mantenerlo impecable cuando te emborrachas, sudas como una cerda al bailar o al follar, y ya ni hablar si te tiran la leche en la cara...), bono de guagua, el triste presupuesto de veinte euros y ¡vamos allá! 

Nos encontramos, lo vi guapo.  "No te reconocía", me dijo.  "Normal, porque ya no parezco una mujer de las cavernas", respondí para mis adentros.  Me preguntó si me molestaba que compráramos unas latitas y las tomásemos en la playa antes de entrar a los bares, porque no tenía mucho dinero.  
-Qué va, mejor, yo también estoy más pobre que las ratas.
-Bien.  Ah, por cierto, luego viene un amigo mío.
"¿QUEEEEEEEEEE?  ¿CÓMO QUE UN AMIGO TUYO?  ESTA NOCHE ERA PARA TI Y PARA MÍ, PARA LOS DOS, CAPULLO, PARA FOLLAR, SI YO HASTA PRETENDÍA PASAR DE LOS BARES Y TIRAR PARA TU CASA DIRECTAMENTE".
-Ah, guay-, disimulé.
-Sí, lo conozco de cuando trabajaba en ***, siempre nos echamos unas risas.

Bajamos por el pueblo hasta el súper, pillamos unas cuantas latas de cerveza, de esas grandes, y nos dirigimos a la playa.  La noche estaba muy agradable, guiris por todos lados, música en las terrazas de los restaurantes, brisita marina...  Caminamos un rato hasta llegar a la zona de bares prometida.
-Mira, todo eso de arriba es ***, ahí vamos más tarde.  Mientras, nos quedamos aquí.  
Nos sentamos en un banquito dentro de la arena, al lado de una ducha y unos baños.  Cogí una Dorada y le metí un trago larguísimo.  Empezó a hablar y hablar y hablar de él.  Me pareció un poco infantil y egocéntrico.  Pero bueno, a mí sólo me interesaba beber y follar, de buen rollo.  Aunque si ahora venía el acoplado del amigo...  Metí otro largo trago.  Hablaba y hablaba y yo lo miraba, sonriendo.  "Habla, habla, que ya te voy a poner toda la concha en la boca y no vas a decir ni pío".

-Ahí viene J.- exclamó, señalando para las escaleras que bajaban hasta donde estábamos.  -Es cubano, sólo lleva aquí tres meses.
¡¡BINGO!!  ¿Cómo podía haber sido tan imbécil?  Definitivamente, estaba falta de práctica.  Rato atrás me había comentado que venía un colega y yo sólo había visto pegas.  Pero si soy la reina del "¿no tienes algún amiguito al que llamar, para que me cojan entre los dos?", o era; bueno, ahora volvía a serlo.  Apuré el contenido de la lata.
-Hola J.- le dí dos besos.  -¿Cómo estás?
"Joder, cómo estás.  Blanquito para mi gusto, pero durito, bien durito".  El chico tenía veintitres años, otro bomboncito.  La verdad es que todos los cubanos con poco tiempo en España que me he tirado (sí, hay varios) estaban muy bien de cuerpo.  No tanto rollo de gimnasio, más bien se nota que han crecido silvestres y sin comer muchas mierdas.  Y eso me pone...

A partir de ahí, fui tomando las riendas de la situación, piano, piano.  Ellos no tenían ni idea de lo que iba a suceder, pero yo sí, muajajaja.  Le ofrecí cerveza al caribeño, comprobé que al colombianito le quedaba y agarré otra lata para mí.  Había comido poco y pronto, así que el alcohol me estaba haciendo efecto bastante rápido.  Justo lo que yo quería.  Empecé a desviar la conversación al terreno sexual, como quien no quiere la cosa.  Siempre uso esta estrategia para hacerme una idea de con quién estoy tratando: experiencias, gustos, preferencias, si son tímidos o desenvueltos, escrupulosos o auténticos guarros...  A la hora, ya les había dejado claro que me EN-CAN-TA follar, que sólo buscaba sexo, de onda y sin compromiso, que había hecho tríos muchas veces, y narraba las peripecias que consideraba "adecuadas para el momento".  Ellos me escuchaban callados mientras se fumaban un porro de chocolate y, de repente, afectada por las birras y por el humo del canuto, tuve la sensación de que los estaba aburriendo.  Me callé.
-Me estoy poniendo cachondo- dijo seriamente el cubano, con todo el acento posible.  -Ahora quiero follarte.
Eché una carcajada, los tres nos reímos; terminamos las latas, meamos entre las hamacas amontonadas y nos dirigimos a los bares.

Ya estaba ebria perdida, lo sabía, había perdido la noción del tiempo.  Serían las doce tal vez.  Todo eso lo tengo un poco borroso.  Fuimos entrando de un local a otro.  Yo no bailaba mucho, ni me enteraba de la música que estaban pasando.  Pedí un mojito en el primer bar y, mientras me lo servía una chica, otro camarero italiano, alto, fuerte, calvo -y probablemente gay- le dio a dos clientas una especie de cerecitas pinchadas en palillos.  Mediante señas le dije que yo también quería una, me la acercó y la cogí directamente con la boca, chupándole de paso todos los dedos.  Los pibes fliparon.  Yo me puse cachonda.  Fuimos, volvimos, incluso creo que nos separamos un par de veces.  Ellos salían a fumar y a charlar con otras chicas.  Yo ni sé lo que hacía.  Hablaba con cualquiera.  Pedí una cerveza en otro bar y se me calló al suelo casi entera, dejando la pista llena de cristales.  Salí.  Ya estaba armando jaleo, sin querer, pero armándolo.  Me los encontré en la puerta.

-Aquí al lado es donde ponen bachata- dijo "Colominternet".  Y para allá me fui.  No había mucha gente dentro.  Ví que tenían Fernet Branca, pregunté el precio de los combinados y, como sólo eran cuatro euros, pedí uno sin dudarlo.  Hacía muchísimo que no tomaba fernet, a pesar de que encanta.  Me lo clavé ansiosamente.  Mis compañeros ya no estaban, creo que no les gustaba mucho esa música.  A mi lado había un chico bailando solo, sudando y dando brincos cual comparsero concursando.  Le pregunté si bailaba bachata y me dijo que sí, que le podía pedir la música que quisiera "al negro de allí".
¡¡¿¿NEGRORRRRRR, DÓNDE??!!  Madre mía, eso no era un negro, era TODO lo negro, por lo negro y por lo grande.  Yo ya iba a saco, tenía demasiado sexo atrasado.  Me acerqué, me coloqué a su lado...
-Perdona, ¿me puedes poner una bachata?-  Madre mía, era altísimo y ancho y negro a más no poder.  No recuerdo la cara, pero me fío de mi "alter ego borracho".  
-Claro que sí-.  Cubano también.  
-Mira, ¿y por qué estás tan "fuertito"?- pregunté casi ronroneando, rodeándole el bíceps con mis dos manos.  Se rió y me dijo algo que tampoco recuerdo.
Me fui a bailar con el sudoroso, bailamos una, dos, tres bachatas.  Y no dejaba de mirar al negro.  Creo que él también me miraba.  Otra bachata.  Yo bailaba para él y mi pareja sudaba para toda la sala, ¡qué asco!  Entonces se fue.  Me quedé sola y el negro se me acercó.
-Yo me quiero ir contigo esta noche.  Espérame a que salga y nos vamos a mi casa.  Tengo coche.
-Es que estoy con unos amigos, no puedo dejarlos colgados-.  En realidad no tenía ni idea de dónde estaban, pero había puesto el piloto automático de seguridad: "nada de coches".  Creo que la conversación fue más o menos así.  Lo que tengo claro es que, de repente, yo estaba entrando en el baño y él iba detrás...  

Dios, era enorme, no sé cómo hacía para poder besarlo.  Me gustaba, sé que me gustaba aunque no recuerdo casi nada.  Se sacó la chorga, o se la saqué yo, y tampoco la recuerdo.  ¡¡¡Ay, cómo me jode, maldita borracha!!!  La chupé, la saboreé, ADORO los rabos negros, negros con la cabeza brillante.  Mmm...  Y ya quería que me la metiera.  Lo senté en el váter, saqué un condón, me bajé los pantalones, el tanga, ¡¡¡MIERRRRDA, EL TAMPÓN!!! 
-No mires, tápate los ojos- le ordené, dándole el forro.  En realidad, creo que me daba igual todo.  Me saqué el tampón, lo tiré a la basura, saqué un sobrecito de lubricante, me puse un chorro en los dedos, me hidraté toda por dentro y me senté encima del negrazo.  Creo...  Practiqué una mezcla de sentadillas con perreo, gustosa, evitando que se saliera la polla, metiéndomela hasta el fondo y luego subiendo hasta presionar a penas la punta con mi tensa vagina (que para algo una hace los ejercicios de fortalecimiento diariamente).  Y arriba y abajo y arriba y abajo y moviendo las caderas en círculos, alante y atrás, a los lados, movimientos cortitos y rápidos, lentos y laaaaargos.  Levantó mis cincuenta y cinco -y pico- kilos como si nada, me puso contra la pared y me hizo un cacheo que ya les gustaría a muchos polis.  Se puso detrás mío y me alzó agrarrándome por los jamones y pim, pam, pim, pam.  Madre mía con el negro, qué rabo, qué duro.  La verdad, después de tanto tiempo sin follar, me estaba dando metros de carne embutida como para pasar otros cuatro meses en ayunas.

Evidentemente, tampoco recuerdo cómo acabó la cosa, ni si se corrió; laguna mental.  Sí sé que salí del baño sudando como una cerda (¿entienden ahora lo que decía del maquillaje?), me lavé la cara, el cuello, el pecho, atravesé triunfante el bar y busqué a mis amigos con la mirada.  No estaban.  Revisé el móvil, tenía un mensaje de texto de un número que no conocía.

"¿Dónde estás, mami?  Me quedé con ganas de follarte.  Estamos en las escaleras de antes."



Continuará...







 





sábado, 15 de septiembre de 2012

NO HAY DOS SIN TRES (I)

Hace unas cuantas semanas, en la tarde de un jueves cualquiera, estaba yo tan tranquila fregando los platos cuando alguien me hizo una llamada perdida.  "¿Quién coño será el cutre?", pensé.  Cogí el móvil, leí "Colominternet" y mi mente hizo un rápido viaje al pasado...

Un par de meses atrás, llevaba apenas treinta días en el nuevo apartamento.  Por culpa de esta jodida crisis había tenido que dejar Barcelona, centro indiscutible de mis más depravadas vivencias durante los últimos seis años.  Barceloneta, Raval, Pueblo Nuevo y, finalmente (y por el período más largo), el Pueblo Seco: hervidero de latinos en general y dominicanos en particular, un auténtico buffet de jóvenes mulatos loquitos por follar.  No tenía sino que darme un paseo por la calle peatonal Blai para mostrar mi mercancía y encontrar algún interesado.  ¡Ay, puta crisis!  Pues eso, que me tocó volver a mi tierra, a Canarias, hermoso vergel de belleza sin par...  Y aburrida que te cagas.  Tras un mes sin salir de fiesta, a sabiendas de que casi todos mis vecinos son jubilados alemanes o ingleses, sin un maldito bar donde echarme unas risas y una bachata con un negrito...  Sin posibilidades, en definitiva, de encontrar un amante, había dejado de lado mi higiene personal (el chichi y los sobacos sin depilar, el pelo sin lavar, usaba cualquier ropa... hasta las cejas como gatos).  

En eso que llaman al timbre.  Me dirigí a la puerta algo sorprendida, pues nadie sabe dónde vivo y los buzones están en la calle.  Al abrirla, me topo con un bebote hermoso, morenito, de labios gruesos, delgadito, todavía sin desarrollar del todo, y me dice:
-Buenas tardes.  Estamos ofreciendo (...)-, bla, bla, bla, ya no lo escuchaba, me dejaba llevar por ese inconfundible acento colombiano saliendo de su rica boquita.  Dejó de hablar, esperando una respuesta.  Me fijé en la tarjeta que le colgaba del cuello, identifiqué la empresa e imaginé lo que me estaba intentando vender.
-Verás, es que hace poco que me instalé, acabo de poner el fijo más internet y, por ahora, no me interesa cambiarme de compañía- respondí amablemente y enviándole sin piedad todas mis feromonas.  Empezó a lanzarme una retahíla mal aprendida y lo noté nervioso, evitando mi mirada y con la risa floja.  Eso era buena señal.  Sin embargo, y antes de que me diera cuenta, ya lo estaba despachando.

"¡Mierda!", pensé al despedirlo, "la maldita falta de práctica.  Si esto me hubiera pasado en Barcelona, lo habría metido para adentro, joder".  Entré en el baño, me miré al espejo y me di cuenta de que me había abandonado hacía mucho.  Me lavé los dientes, la cara, la sobaquera, me adecenté las greñas, me cambié la camiseta y volví a abrir la puerta.  Estaba en el piso de abajo, en donde el matrimonio argentino.  Esperaba a que terminara pero, notando que estaban interesados y que la cosa iba para largo, bajé las escaleras, asomé la cabeza y saludé a mi vecina:
-Buenas tardes, vecina.  Perdona, *** -lo llamé por el nombre de la empresa-, al final sí que estoy interesada -tampoco mentía, pues interés sí que tenía, pero en darle masa-.  Cuando termines, ¿puedes volver a subir?  Es la puerta número ***.

Al rato tocó, abrí y le solté sin anestesia:
-Hola otra vez.  Perdona que te haya hecho subir, en realidad no quiero contratar nada, no me gusta hacer negocios con mis posibles amantes...-.  "¡Bien!" pensé, "le vuelvo a coger el tranquillo".  Él se sonrojó.  -Eres colombiano, ¿no?
-Sí.
-Te quería preguntar si conoces algún sitio que esté bien para bailar bachata por aquí cerca. 
-Mmmm...  Sí, hay una zona llamada *** que está llena de bares y en uno ponen bastante bachata y salsa.  Y luego, no muy lejos, en ***, hay un par de discotecas latinas.  ¿Con quién vas a salir?  ¿Ya hiciste amigos por aquí?
-Qué va, esto es un muerto.  Sola, me gusta ir sola a los sitios.
-Bueno, pues si algún día quieres salir acompañada...- sugirió.
-Está bien, dame tu móvil-, anoté el número y, como nombre del contacto, "Colominternet", pues si ponía el suyo no me iba a acordar a la hora de buscarlo-.  ¿Cuántos años tienes?
-Veintiuno, casi veintidos-.  Mmmmm... se me afilaron los colmillos.  -¿Y tú?
-Bueno, yo soy un poco mayor que tú; estoy por cumplir veintinueve.  Espero que no te importe-, respondí con un tono depredador que hasta me dio miedo.
-Qué va, a mí me gustan las mujeres mayores que yo-.  Qué mono, me encanta cuando los pendejitos se quieren hacer los hombres maduros; se me caían las babas, las de arriba y las de abajo.  Charlamos un rato más de tonterías y se fue.

Continuará...
 





EL BIG BANG

Porque estoy cerca de los treinta y sin estudios, sin carrera profesional definida, sin empleo, sin vivienda, sin vehículo, sin pertenencias, sin pareja, sin hijos, sin perrito, sin un rumbo fijo...

Porque sé que jamás me animaré a intentar publicar mis escritos; le tengo demasiado respeto a los grandes autores de la literatura, al oficio, a las letras...  Y, como no me bastaba con toda mi inseguridad, aparece JULIO CORTÁZAR, arrasando completamente mi mundo, enloqueciéndome, obsesionándome, desesperándome y hundiéndome definitivamente con su "...tuve mucha autocrítica en ese sentido, no quise publicar hasta mucho después.  Tenía el ejemplo triste de algunos amigos y compañeros que publicaban lo primero que escribían y, al año siguiente, querían suicidarse pensando que ese libro estaba en otras manos porque se arrepentían de lo que habían hecho" (entrevista de 1983, librería El Juglar, México) y otros motivos por los que tardó años en publicar.  Si ÉL le dio tantísimas vueltas habiendo creado relatos tan perfectos (en el más puro sentido de la palabra), yo jamás me sentiré preparada.

Porque me voy a volver loca con la política, los derechos humanos, la ecología, el uso responsable de los recursos naturales, el feminismo, el puto capitalismo, las malditas religiones, las clases sociales, el racismo, la homofobia, la violencia de género, los abusos, las armas, la nefasta distribución de la riqueza...

Pero, lo más importante: PORQUE ME ENCANTA EL SEXXXXXXXXXO.  Soy una perra, una auténtica degenerada.  Donde otras personas dedican su tiempo libre con pasión al cine, el fútbol o la moda, yo vuelco todo mi interés en el sexo.  En lo biológico, en lo histórico, en lo social, como arma, como moneda de cambio, como expresión de amor, como un simple juego, como deporte, como inspiración, como obsesión...  ¿Por qué coño tengo que aguantar a cualquier imbécil hablando durante horas sobre temas que no me importan una mierda, auténticas frivolidades, y yo no puedo proponer una conversación  sobre algo tan relevante a lo largo de la historia, algo que es el inicio de la vida misma, algo que a todos nos gusta?  ¿Por qué carajo una persona que sólo piensa en coches (ver fotos, chuparse carreras, gastarse una pasta en adornos inútiles, lavarlos, lucirlos...) es normal y yo, que pretendo profundizar en todos los aspectos y consecuencias del sexo en las relaciones humanas, soy una enferma o una obsesa?

Pues por todo eso (y también porque últimamente no follo todo lo que me gustaría y confío en que, reviviendo mis peripecias, pueda hacer creer a mi cerebro que estos polvos son reales y éste, a su vez, consiga transmitir al resto de mi cuerpo sensación de saciedad y satisfacción sexual y acabar así con esta calentura de una maldita vez) es que le doy vida a Sexo: confesiones de una pervertida.